CIENCIA, COMUNICACIÓN Y CULTURA: EL CASO "SIDA".

El debate acerca del rol que debe jugar la Comunicación Social respecto de la Ciencia se ha centrado en torno a la importancia de la divulgación de la ciencia -especialmente de sus resultados-, del papel de la comunicación en la educación sobre la ciencia o como informadora de hechos científicos.

La reflexión que aquí se propone intentará abarcar y trascender las dimensiones de lo informativo, divulgativo y educativo de la comunicación; aquello que permite servir como medio para entronizar conocimientos científicos en la cultura.

Al plantear así el problema no pretendemos minimizar la pertinencia de esas tres dimensiones; queremos señalar que su abordaje será más claro una vez que se debatan otros aspectos más comprensivos del problema "Ciencia y Comunicación".

En primer lugar, nos permitimos una digresión a fin de cuestionar la expectativa que, con frecuencia, encontramos que tiene el común de la gente sobre comunicación.

La gente imagina que es el "arte de decir las cosas que otros piensan, buscando la manera más práctica de hacerlo"; es la imagen del comunicador como un hablador, cuya habilidad fundamental es transmitir, como un intermediario que sirve de conducto para que la información viaje de un lado a otro. Sin duda, ésta es una de sus tareas; pensar que sea la única reduce la vasta riqueza de un área que todavía no sabe cómo catalogarse: como ciencia, como disciplina o como arte.

La comunicación social trasciende el mero acto de la transmisión, ya que su objeto fundamental es la puesta en común -la socialización- de diversas concepciones del mundo; para lograrlo debe superar su condición de objeto -canal receptor o transmisor- para entrar a la interpretación.

Pero, ¿qué interpreta el comunicador?, ¿a nombre de quién y con qué derecho?. Primero hay que resaltar que el acto interpretador -como aquí lo expresamos- no hace referencia a una voluntad individual de "acomodar" determinado hecho para comunicarlo, sino al proceso de dar significación a hechos que, para adquirir valor social o sentido, deben comunicarse.

Esta acción comunicativa, más allá de ser un paso de intermediación entre el Emisor y los Receptores, es un acto de reinterpretación cuya función esencial es humanizar hechos, sucesos, propuestas o saberes para que operen en determinados contextos con precisas finalidades. Por eso, la comunicación, antes que nada, es un fenómeno cultural.

Podemos decir, pues, que el comunicador interpreta aquello que sea susceptible de socialización, y que lo hace en nombre de un interés, o de una necesidad, que es la de "poner a funcionar" determinados saberes al servicio de la gente.

En muchos casos, la labor que los científicos demandan al comunicador ignora esa tarea de reinterpretación, y esperan de él, simplemente, su capacidad de transmisión. En el mejor de los casos, la solicitud se restringe a alguna tarea de adaptación pedagógica para simplificar el discurso y facilitar su masificación, su popularización o el destinarlo a públicos específicos (niños, amas de casa, etc.).

Por desgracia, a veces, el comunicador no puede defender o reconocer su oficio y sucumbe al encanto de los medios, apartándose de su labor esencial. Se pierde, pues, una ocasión irreparable de afectar la cultura en forma más contundente.

Paradójicamente, quienes así limitan la acción de la comunicación, son, en muchos casos, quienes esperan de ella tareas "mesiánicas": la transformación de comportamientos individuales y colectivos muy arraigados en la sociedad, sin que medie modificación de la realidad distinta de la emisión de un mensaje.

A nuestro modo de ver, lo que encubre esta actitud es, ni más ni menos, un problema ético. Entendido como lo expresa Savater en "Etica para Amador", es la "incapacidad de ponerse en el lugar del otro".

Y es precisamente eso, ponerse en el lugar del otro, lo que constituye el aporte medular en la comunicación, puesto que por su misma esencia necesita del otro para existir; para la ciencia éste es un aporte fundamental, ya que constituye el único camino para su inscripción dentro de la cultura, no como un acto de pedagogía para transmitir determinados saberes, sino como fruto de un proceso de negociación entre iguales en tanto humanos.

El caso SIDA:
Como quiera que esta reflexión se origina en una experiencia concreta, el trabajo de comunicación en Salud, más que un análisis abstracto de las posibilidades de comunicar sobre la ciencia, haremos referencia al papel jugado por la comunicación en su tarea de articular a la cultura un saber científico determinado: el alcanzado frente al problema del SIDA. Como referente usaremos lo acontecido al respecto en los últimos diez años en Colombia. Debemos aclarar que todas las opiniones que aquí expresamos son meramente personales y en ningún caso comprometen a instituciones o funcionarios responsables del tema.

Para aproximarse al problema de la comunicación sobre el SIDA es necesario analizar los distintos enfoques que se han desarrollado, en los que, dadas las especiales características del mal, se han mezclado criterios de salud pública, de ética y de moral. Creemos que es necesario tener en cuenta esta mezcla para tener claro en qué terreno se mueven los distintos enfoques que se le han dado al tema.

El SIDA existe porque lo descubrimos:
El primer reto para la comunicación sobre el SIDA, aunque hoy parezca trivial, fue lograr que la evidencia científica sobre la existencia de una enfermedad transmisible, incurable y mortal, fuera creída por el común de la gente. Este proceso, que en nuestro país se inició a finales de los años ochenta y tres con alguna fuerza, ha tomado años y cobrado innumerables vidas. Sin dudas, una de las razones de la demora consistió precisamente en que este hecho científico no fue objeto de un serio ejercicio de comunicación, por cuanto se presumió que su aceptación dentro de la comunidad científica y médica era garantía de su aceptación universal.

De ahí en adelante, la comunicación sobre el SIDA ha debido enfrentar diversos retos. Se ha movido entre el imperativo ético de dar la información sobre una enfermedad epidémica que puede llegar a causar una enorme catástrofe dentro de la población, y los diversos conceptos ideológicos y morales relacionados con el sexo que tiene la sociedad. ¿Por qué?. El estudio de la epidemiología del SIDA indica que la vía de transmisión del virus que tiene los más altos índices es la sexual. Es en este punto en donde comienza la confusión, ya que los criterios de salud pública que deben normar la comunicación para la prevención del SIDA comienzan a ser forzados a incluir criterios de moral que invaden terrenos pertenecientes a esferas tan delicadas como el libre albedrío y la ética personal.

Es así como a la propuesta pura de salud pública, es decir, la propuesta científica, que es la adopción de la única medida preventiva práctica para disminuir el riesgo de infección por la vía sexual -utilización sistemática del condón-, se le hace la observación de que debería incluir propuestas de una índole distinta, como la de ejercer una sexualidad responsable, con afecto y solidaridad, mantener relaciones estables o permanentes, ejercer la fidelidad, porque de lo contrario corre el riesgo de "condonizar" el tema del SIDA.

Lo que intentamos decir es que, de no tratarse de una enfermedad mortal que privilegia la vía sexual como mecanismo de transmisión, la comunicación pública que se hace sobre ella sería del todo diferente. La mayoría de las enfermedades terminales dan a sus víctimas un cierto tinte digno; el Sida las hace acreedoras a discriminaciones y denuestos. No podemos dejar de preguntarnos qué sucedería si como resultado de alguna investigación científica muy seria se desprendiera la conclusión de que algunos tipos de cáncer muy dañinos se transmiten por vía sexual. Es esa característica del Sida la que ha señalado un camino específico a la comunicación sobre el tema. En ese camino, algunos conceptos han tenido una especial significación y efecto:
"ES MEJOR NO HABLAR DE LA MUERTE PORQUE CAUSA TEMOR..."

Después del primer envión inicial de la comunicación sobre el Sida, para la que resultaba clara la urgencia de convencer a las personas de que se trataba de una enfermedad real y fatal, en los círculos técnicos y sociales que se ocupaban del tema, empezó a hacer carrera un enfoque (derivado, quizá, de casos como la comunicación sobre droga, que ha recurrido constantemente al recurso del miedo, sin éxito -"la droga mata"; "la droga destruye tu cerebro"-) que preconizaba que los mensajes sobre Sida debían tener un tono menos negativo para no causar pánico e inmovilidad en el público. Fue el primer paso para empezar a tratar el tema con eufemismos, que encubrieran ante la gente la cara más trágica del Sida. Se concluyó, erróneamente, que el aspecto mortal del Sida no debía ser objeto prioritario. Así, por obra y gracia de un preconcepto sin sustento científico, se comenzó a manejar un discurso ambiguo y para nada apoyado en la evidencia existente.

Sin dudas, el recurso del miedo infundado, o sobredimensionado, solamente lleva a la inmovilidad; sin embargo, no nos cabe duda de la necesidad de aportar evidencias para justificar la importancia de modificar algunos comportamientos. Si bien es cierto que, en muchos casos, el recurso del temor fue utilizado indebidamente, al ser asociado con la maldad o la indecencia, a nuestro modo de ver no existía ni existe ninguna razón para disfrazar en el manejo comunicativo del problema un aspecto tan contundente como su carácter mortal. Algunos intentos de comunicación más clara al respecto han tratado de romper esa barrera, no sin haber pagado antes unos costos altísimos.

"EL RIESGO ES PARA LOS HOMOSEXUALES..."

La difusión parcial de una afirmación correcta (la evidencia de que la mayor incidencia por VIH y Sida era mayor entre la población homosexual) terminó de confinar el tema del Sida a los terrenos de la moral; si desde un principio su asociación con el sexo ya la hacía una enfermedad "sospechosa" moralmente, la asociación con la homosexualidad la condenó definitivamente. En ese proceso, los homosexuales han pasado (con una pasmosa lentitud) de ser "población de alto riesgo" a ser población con comportamientos de alto riesgo. Una sutil diferencia que, sin embargo, ejemplifica el grave error cometido al superponer la condición de homosexual a la de persona - hombre o mujer- que corre un riesgo más alto al practicar sexo anal.

Las presiones sociales causadas por la asociación entre conductas "anormales" y Sida, es decir, la relación siniestra entre la homosexualidad y la enfermedad, así como el paulatino cambio en las estadísticas, comenzaron a modificar el panorama. Para el público, como por arte de magia, de la noche a la mañana, lo que era un "problema de homosexuales" pasó a ser "de todos", sin que mediara una explicación clara de que cambió en el mundo de repente. Quizá atafagados(*) por la culpa de haber creado un estigma, y también asustados por la evidencia creciente de población no homosexual infectada, se nos olvidó explicar la causa de este nuevo alerta y nos lanzamos, ignorando una vez más la evidencia científica, a convocar cruzadas que, hasta hoy, siguen apoyadas frágilmente.

"MAS QUE USAR CONDON, HAY QUE RECUPERAR LOS VALORES..."

Cuando las estadísticas empezaron a mostrar que el VIH había traspasado la barrera y estaba infectando de manera creciente a la población heterosexual, empezó a hacer carrera una tercera perspectiva, que se ha dado en denominar la de "recuperación de los valores". Este enfoque surgió de la interacción entre las características originales que se atribuyeron a la enfermedad - transmisión sexual, y asociación a actividades homosexuales- y la necesidad, sentida por un importante sector de la población, de encontrar un mecanismo de control para lo que se considera la "crisis de valores" -léase, sobre todo, libertinaje sexual- de nuestra sociedad. Es, a nuestro modo de ver, un enfoque que tiene mucho que ver con lo que se tiene como castigo divino por el mal comportamiento.

Así, dado que desde el principio la medida profiláctica práctica que se ha recomendado es el uso del condón, éste ha resultado asociado con los comportamientos "anormales", y con la infidelidad, la promiscuidad y, en general, todas las variables de valor negativo que se han incorporado a la discusión sobre el tema. Y para contrarrestar las actividades de comunicación que intentan promover el uso sistemático del condón, se esgrimen argumentos de dudosa consistencia científica para desacreditar su utilidad. Un ejemplo claro de ello lo constituyen distintas publicaciones que aseveran, de manera tajante, que el VIH atraviesa el látex, por lo que su efectividad es claramente cuestionable. Es entonces cuando se reclama la "descondonización" del Sida.

No tenemos duda respecto a que la fidelidad, la responsabilidad, el mantenimiento de relaciones estables y el afecto son de gran importancia en la prevención del Sida. A lo que nos resistimos es a darles un valor profiláctico per se, que no tienen, ya que pueden convertirse en un arma de doble filo. En este sentido, el aporte científico y su expresión comunicativa son, o al menos deberían ser, definitivos, para dejar establecido, sin lugar a dudas, cuáles son las medidas prácticas que realmente pueden tener efecto en la prevención de la transmisión del VIH, sin dejarse intimidar por consideraciones de otra índole.

Nuestros argumentos

Nuestras discrepancias fundamentales con los conceptos expuestos obedecen a una superposición de conceptos que se mueven en distintos terrenos. La discusión sobre la descondonización del tema del Sida causa confusión pública ya que polariza el tema de la prevención en dos extremos: o uso de condón, o "uso" de valores.

Los inconvenientes que vemos en la falta de precisión de este enfoque son los siguientes: al optar por una visión que sustituye el condón como medida de prevención por el afecto (la responsabilidad, los valores, etc.) se hace una propuesta ambigua que anula la efectividad de la comunicación por varias razones: la primera, que la comunicación debe actuar sobre la realidad, no sobre el ideal de la realidad que tenga el emisor. Y lo que es real que muchas personas tienen noviazgos que no culminan en el matrimonio, o sostienen relaciones sexuales ocasionales, o las dos partes tienen ideas distintas de hacia dónde los va a conducir la relación, por no hablar sino de tres situaciones posibles. En segundo lugar, la comunicación, como disciplina del comportamiento, debe apuntar a buscar cambios en el comportamiento de personas; al poner el afecto (o la responsabilidad, o los valores morales) como premisa principal de la comunicación sobre el Sida, se asume que la gente que se contagia con el VIH es gente que no se quiere (o que es irresponsable y carece de valores morales); esto nos parece, por decir lo menos, un atrevimiento. La gente que se infecta con el VIH no lo hace necesariamente porque se haya acostado con alguien sin quererlo, o sin que lo quieran, sino porque su pareja estaba infectada y no se tomaron precauciones. Confundir la propuesta del uso del condón con la falta de amor es, a nuestro modo de ver, una falta de respeto para con las personas.

Ciencia, ética y moral en la prevención de una enfermedad mortal: la moralidad que hace referencia al sexo es el arma que con mayor frecuencia se esgrime en contra de las campañas de prevención; es inmoral hablar de relaciones sexuales, ya que es aceptar como un hecho que son parte de la vida cotidiana de la mayoría de las personas, ejercidas con un fin que es, en la mayoría de los casos, distinto al de la procreación. Es inmoral proponer una medida de prevención distinta a la de la abstinencia total de actividad sexual, a menos que se trate de una relación estable y permanente, es decir un matrimonio consolidado. Pero, desde otro punto de vista, ¿es ético no dar la información que se sabe útil para tratar de evitar que se incrementen los índices de personas infectadas? (Obrando, obviamente, desde el ámbito de la realidad: que la gente tiene relaciones sexuales, aunque no estemos de acuerdo con ello). ¿Es ético argumentar que el condón tampoco es una medida segura sin pruebas concluyentes para ello, y correr el riesgo de que las personas se abstengan de usarlo? ¿Es ético hablar de medidas protectoras que no protegen? ¨Están la ciencia y la comunicación siendo consecuentes con su función social?

© CERIDE